El “organizador”
El primero era el párroco. Era muy inteligente, hablaba y escribía con precisión la lengua local y además tenía una gran capacidad de organización. Solía fijar en los tablones parroquiales los programas de todas las actividades, con las fechas y los horarios muy claritos, en colores más oscuros, para que todos los vieran bien. Como no todo el mundo
sabía leer, en las celebraciones y encuentros siempre repetía esos mismos programas con sus fechas y horarios, insistiendo mucho en la importancia de la participación en las actividades. Por eso, cuando la gente no venía o llegaba con retraso, se enfadaba un poquito, aunque no mucho, la verdad.
El padre Adolphe tenía muy buenos amigos en su país que generosamente le enviaban dinero y otras ayudas. Él lo invertía todo en beneficio de su parroquia. Con ese dinero consiguió arreglar el viejo templo que construyeron misioneros belgas muchos años atrás. También se hicieron varias escuelas nuevas, un pequeño dispensario que se puso
bajo la responsabilidad de unas religiosas y otros proyectos: pozos de agua, un centro de ayuda alimentaria para los más pobres y dos porterías de forja para que los jóvenes jugaran al fútbol. El padre Adolphe estaba siempre muy atareado.
Acompañar y escuchar
Por su parte, el hermano Pietro había sido un buen trabajador en toda clase de servicios, pero ahora la edad no le permitía esforzarse demasiado.
La gente lloraba y gritaba desconsolada: «Es uno de los nuestros, no queremos perderlo».
Solía pasar el día paseando por las barriadas cercanas a la parroquia, hablando con los niños, visitando a la gente en sus casas y charlando «de las cosas de la vida», como él decía. Otras veces se sentaba delante de la puerta de su habitación y entonces era la gente la que venía a verle para charlar con él. A veces se pasaba horas y horas allí y no era raro que llegara con retraso a la oración comunitaria de la tarde e incluso a la cena con los otros isioneros. Cuando moría alguien, era costumbre pasar la noche velando al difunto y el hermano Pietro siempre estaba allí acompañando a la familia.
Otros destinos
Sucedió que destinaron al padre Adolphe para otro servicio y tuvo que dejar la parroquia. Los feligreses, que reconocían lo mucho que había hecho por ellos, prepararon un buen regalo y en la última Eucaristía que celebró le leyeron un bello discurso de agradecimiento.
Un año después, el hermano Pietro también fue destinado a otro lugar. Cuando la gente lo supo se entristeció mucho y escribieron una carta al Superior del hermano para que le permitiera quedarse en la parroquia, pero no fue posible. Entonces la gente se organizó para bloquear las puertas de la casa donde vivían los misioneros e impedir que el
hermano se fuera. La gente lloraba y gritaba desconsolada: «Es uno de los nuestros, no queremos perderlo». El hermano casi tuvo que escaparse para obedecer a sus superiores.
Hoy existen todavía las escuelas y el dispensario que construyó el padre Adolphe, pero os aseguro que los más mayores de aquella parroquia al que más recuerdan es al hermano que pasaba tanto tiempo con ellos.