Nos acercábamos con la sonrisa en los labios y uno de nosotros decía mecánicamente: «¿Quiere usted colaborar con el DOMUND?»
El que llevaba la hucha la aproximaba lo máximo posible esperando una respuesta favorable. Había unos segundos de incertidumbre. Si la persona sacaba su monedita y la depositaba en la hucha, inmediatamente le pegábamos en la solapa una pequeña pegatina con el nombre del DOMUND. Si nos daba un billete de 100 pesetas, (unos 0,60 euros) lanzábamos espontáneamente un clamor de alegría. Solía ocurrir que parábamos a personas que se señalaban la pegatina para justificar que ya habían colaborado.
Comprendíamos que algún grupo se nos había adelantado, y es que la competencia entre nosotros era terrible. Todos queríamos ganar y hasta alardeábamos delante de otros grupos de niños del peso considerable de nuestra hucha o del número de billetes que nos habían dado. Éramos niños y no nos dábamos cuenta de que todos trabajábamos para la misma causa en la que no había ni ganadores ni perdedores.
DOMUND en África
Cuando me tocó vivir mi primer DOMUND en África, descubrí con alegría que también allí existía la misma colecta solidaria y que la gente, incluso los más pobres, eran muy generosos a la hora de colaborar. Descubrí también el significado profundo de una colecta mundial como símbolo de unidad que hace que nos sintamos todos y todas miembros de la única familia humana. Lo recaudado en todos los países del mundo es enviado a Roma, desde donde se distribuye sabiamente en función de las necesidades de cada Iglesia. Por eso, en mis años como misionero en África, y también ahora en España, siempre me ha gustado colaborar con la campaña del DOMUND: visitar colegios, distribuir carteles, animar a grupos de jóvenes o de adultos, escribir artículos, etc. Este año, a pesar del coronavirus, encontraré la manera de seguir haciéndolo.