El misionero es un instrumento para que las personas puedan acoger a Jesús y su Evangelio. Pero, además, el misionero es un puente entre culturas y pueblos.
Desde tiempos inmemoriales, la gente construye en Bondo puentes con grandes troncos de árboles, pero las termitas y la humedad de la selva los pudren enseguida y, prácticamente cada año, tienen que realizar el penoso trabajo de reemplazar los troncos. Al hermano Tony se le ocurrió que se podrían construir puentes más duraderos y resistentes.
A la gente le entusiasmó la idea, y Toni y su equipo comenzaron a realizar puentes de una manera muy sencilla, como lo hacían los romanos, con piedra. Siempre cuentan con la participación del pueblo que,
además de la mano de obra, aporta y transporta las piedras, la arena y la madera necesaria para construir el armazón que da forma al puente. Por su parte, los misioneros buscan los medios para comprar el cemento.
La alegría de unir
Me contaba Tony lo maravillosas que son las semanas que pasa en medio de la selva construyendo puentes. La
gente les trae la comida y cuando el sol cae, y ya no es posible trabajar, Tony aprovecha para charlar con todo el mundo y hablarles de Jesús. La gente le escucha porque se dan cuenta de que, pudiendo estar en otro sitio, Tony comparte con ellos su vida y está allí para ayudarles. El testimonio es el primer mensaje.
Tony es un hermano misionero, no es sacerdote y no puede celebrar la eucaristía; pero, cada vez que va a la selva lleva consigo la santa eucaristía y, de vez en cuando, organiza celebraciones de la Palabra, en las que todos escuchan y comparten la Palabra de Dios para concluir con la comunión del cuerpo de Cristo.
¡Qué felicidad la de Tony cuando el puente se termina! Todo es más fácil: visitar el poblado vecino, ir al mercado para vender y comprar lo necesario, acudir al dispensario o ir a la escuela sin que los niños y niñas tengan que mojarse los pies en las, a veces, peligrosas corrientes de agua. Ser puente y crear puentes.
¡Qué bonita la vida misionera!