Texto e ilustraciones: Jan Muza
Al principio de los tiempos no existía un ser más humilde y servicial que el viento: todo lo hacía bien y siempre estaba dispuesto a trabajar por los demás y cumplir sus deseos. Nunca se quejaba ni exigía nada a cambio por su trabajo. Siempre se comportaba de forma apacible, siendo tierno, dulce, alegre y atento con todos. Con su brisa suave, peinaba los bosques y acariciaba las flores dispersando su fragancia. Por la noche sacaba brillo a las estrellas y al amanecer empujaba a las nubes para que descargasen la lluvia allí donde fuera necesaria. También mantenía en el aire las bandadas de pájaros y alisaba el mar para que el cielo pudiera admirarse en él. Como podía llegar a todas partes, ejercía además el trabajo de mensajero de forma ejemplar porque nunca revelaba los secretos y su lema era mantener la paz y la armonía entre todos y en todo lugar.
Sin embargo, un cierto día, mientras disipaba la niebla, el viento pudo escuchar un rumor de quejas que le dejó perplejo. Todos criticaban su dedicación y su trabajo: al mar no le gustaba estar en calma; al cielo no le gustaba su aspecto reflejado en el mar; al bosque le gustaría soltar y sacudir su verde melena; a las nubes les molestaba ser dirigidas por el viento; las estrellas preferían quedarse en la penumbra de vez en cuando y, además, tanto brillo las recalentaba; los pájaros también protestaban porque al permanecer tanto tiempo en el aire, se sentían mareados. Además todos compartían una queja común: como el viento no revelaba secretos, no tenían tema para el chismorreo entre ellos y la vida les resultaba plana y aburrida…

Al escuchar tanta queja, el viento se enfadó, se llenó de furia y explotó. Comenzó a soplar con ráfagas devastadoras que agitaban el mar; provocó choques entre las nubes que producían rayos y truenos; sacudió los bosques de tal forma, que arrancaba los árboles y rompía sus ramas; levantó tanto polvo que al mezclarse con la lluvia, hizo que todo se llenara de barro; los pájaros eran incapaces de levantar el vuelo y las estrellas, asustadas, empezaron a temblar y a chocar unas con otras… Y así fue como la armonía y tranquilidad que reinaba al principio se convirtió en un caos fuera de control.
Cuando por fin el viento se quedó sin fuerzas y apaciguó su ira, se dirigió a los demás elementos y les dijo: «Como veis, las críticas injustificadas y negativas, pueden tener efectos devastadores. Id y aprended del consejo de los sabios: «Quien siembra vientos, recoge tempestades»».

Todos se quedaron mudos de espanto y sin respuesta. Nadie se atrevió a pedir perdón al viento y… por eso, hoy, aún se enfada de vez en cuando provocando tormentas y alterando el orden establecido.
Es así como pretende recordarnos que si solo expresamos opiniones hirientes contra los demás, tendremos que lidiar con sus nefastas consecuencias.