Todos somos bellos

Texto e ilustraciones: Jan Muza

En la sabana africana no había caído ni una gota de lluvia durante muchísimo tiempo. El calor asfixiante e insoportable se había apoderado de la planicie y día tras día, no daba tregua. Así, los animales que habitaban la sabana se habían vuelto apáticos, estaban aturdidos y desanimados y marchaban lentos. Se pasaban la vida buscando algún lugar con un poco de sombra o deambulando alrededor de la pequeña charca que había quedado de lo que fuera un lago inmenso y profundo antes de que llegara la sequía.

Contemplando el panorama de desolación, el gorila Bumbas decidió hacer algo para romper la monotonía y el agobio que comenzaba a adueñarse de los lugareños, martirizados por el calor y la sed.

Bumbas propuso organizar un gran concurso de belleza animal, y a todos les pareció una feliz idea. Así que reunidos en asamblea y a la luz de la luna, decidieron celebrar un desfile de belleza para el que se prepararon durante tres días. Además, establecieron las reglas que regirían el concurso: la primera consistía en que cada animal tendría derecho a un solo voto y la segunda decía que en caso de empate, sería la hiena quien designaría al ganador o ganadora.

Al día siguiente, nada más salir el sol, los alrededores de la charca se convirtieron en un lugar bullicioso y de gran actividad. Con gran ímpetu y energía los animales se afanaban en acicalarse y deshacerse de las capas de polvo y suciedad que les cubrían. Todos se esforzaban por sacar brillo y pulir sus garras y pezuñas. Otros se dedicaban a alisar sus melenas, limpiar sus colmillos o cepillar su pelaje.

Con motivo del concurso, las serpientes acordaron mudar su piel para lucir sus coloridas escamas. Los camaleones, por su parte, decidieron cambiar su color cada dos pasos con el fin de impresionar a los demás animales. La jirafa, utilizando baba de caracol, no dejaba de curvar y enderezar sus pestañas, y hasta el escarabajo pelotero perfumó su bola de estiércol para no causar una mala impresión a los demás. A fuerza de frotar sus cuerpos contra los troncos de los baobabs, el elefante y el hipopótamo se habían vuelto de color rosa palo. En cuanto a Bumbas, se empeñó en ponerse en forma rompiendo cocos con sus puños para volverse  fortachón y presumir de musculatura.

Cuando llegó el momento del desfile, se palpaba la expectación y el entusiasmo en el aire. Todos eran aplaudidos por la belleza de su aspecto, la gracia, la sensualidad y la originalidad de sus pasos al marchar.

Cuando todos desfilaron y llegó el escrutinio de los votos, ocurrió algo insólito: todos y cada uno de los animales habían recibido un único voto: porque cada cual se había votado a sí mismo.

La hiena, entonces, se puso a deliberar mientras se reía a carcajadas. Al rato se autoproclamó ganadora delante de todos. Los participantes, atónitos y alterados, se enfurecieron y se dispusieron a propinarle una soberana paliza. Pero justo en ese momento, el cielo se abrió y empezó a llover a cántaros; en cuestión de minutos, la lluvia torrencial convirtió la charca en un gran barrizal. Cubiertos de lodo y barro, los animales no eran capaces de distinguirse entre ellos y, poco a poco, se fueron dispersando. La última en abandonar el lugar fue la hiena; tambaleándose y arrastrando sus doloridas patas se refugió en su madriguera para protegerse del resto de los animales. Pero desde el día del concurso, su risa resulta molesta e irritante para todos los habitantes de la sabana y, por eso, la excluyen de su compañía y la obligan a sobrevivir comiendo carroña y desperdicios.

Bumbas, decepcionado con el desenlace del concurso de belleza, se retiró al bosque en la ladera de la montaña y allí, para mitigar su amargura, se dedicó a comer bambú, dormir y soñar que nadie en el mundo es más bello que él. Aún no se había percatado que la belleza es algo muy relativo.

Todos somos bellos porque todos somos únicos, diferentes y originales.

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