Texto e ilustraciones: Jan Musa
Una gran noticia se extendió por la anchurosa sabana: el joven luciérnaga Gusano-Sano se iba a casar.
El conocimiento de tal evento revolucionó a los habitantes que vivían en el lugar, ya que todos estaban en deuda con la luciérnaga y su boda supondría la ocasión de devolverle los muchos favores que de él habían recibido.
Gusano-Sano no era fuerte ni inteligente, ni tampoco bonito o importante. Simplemente era bueno. Durante su corta e intensa vida había hecho alguna acción buena a cada uno de sus vecinos.
En las noches oscuras y sin luna solía hacer compañía a los que tenían miedo a la oscuridad. Con su luz daba calor a los que temblaban de frío a causa de la fiebre. Era amable con todos y siempre ofrecía sus servicios totalmente gratis.
La noche antes de su boda, el secretario del león, el mono Babúm-Bum, convocó a una reunión a todos aquellos que habían sido favorecidos por Gusano-Sano. Se trataba de buscar entre todos un regalo apropiado para el novio, pero como las luciérnagas no tienen casa, ni les preocupan demasiado las posesiones o el buen comer, la tarea de elegir un presente resultó arduamente difícil.
Todos los asistentes a la reunión querían ofrecer sus mejores tesoros. Así, el león estaba dispuesto a entregar la muela del juicio que había pertenecido a su abuelo y que con tanto cariño guardaba. La abeja negra Bus-Bus quería darles su panal de dulce miel. La araña estaba dispuesta a atrapar en su tela alguna presa que hiciera las delicias de Gusano-Sano… Pero todas estas proposiciones fueron rechazadas una después de otra. El joven luciérnaga era una simple y pequeña criatura cuya naturaleza le impulsaba a moverse continuamente de un lugar a otro y, por lo tanto, no podría desplazarse cargado de posesiones.
Sus amigos no sabían qué resolución tomar pero, de repente, se armó una cierta conmoción en la asamblea: la futura esposa de Gusano-Sano solicitaba la palabra. El secretario Babúm-Bum se la concedió, e inmediatamente esta dijo:
«Aquel que hace el bien, no exige beneficios. Cuando los regalos comienzan, la amistad se termina para dar paso a la dependencia. Todo lo que Gusano-Sano y yo necesitamos es, no algo material, sino vuestra agradable y alegre presencia».
Al día siguiente, las luciérnagas se casaron y después de la solemne ceremonia que las unió en matrimonio, algo extraordinario sucedió: el elefante comenzó a cantar, a pesar de ser un pésimo cantante; el hipopótamo empezó a bailar, aunque desconocía por completo la técnica del baile; la siempre seria doña avestruz escuchaba con paciencia e interés los malos chistes de la aburrida hiena. Es decir, aquel día todos estaban felices. Todos se reían y celebraban el acontecimiento sin prejuicios ni malas intenciones.
La nueva pareja brillaba con más luz que nunca y mientras danzaban, entre pirueta y pirueta, la feliz esposa de Gusano-Sano le susurró al oído:
«¡Qué fácil es vivir en armonía cuando el amor es lo que prevalece!».