Maman Bernadette

Afortunadamente, la Misión nos regala con frecuencia el testimonio de personas que nos evangelizan. Suelen ser personas sencillas y humildes como maman Bernadette, de la que quiero hablaros en esta ocasión.

Texto: Enrique Bayo
Ilustración: bayomata

Muchas personas piensan que los misioneros viajamos mucho, pero no siempre es así. Yo llegué a Kinshasa en 1997 y no salí nunca de esta ciudad hasta el siglo siguiente, en julio de 2001. Como lo único que durante cuatro años había conocido de República Democrática de Congo era su capital y sabía que me iba a quedar un tiempo en España estudiando Periodismo, pedí a mis superiores que me permitieran pasar unos meses en el noreste del país y conocer otra realidad distinta de África y de la Misión. Me dijeron que sí.

Aterricé primero en Isiro, sin saber que iba a ser mi comunidad más tarde, y de allí continué por carretera hasta Mungbere, situada a 140 kilómetros. Viajaba en un Land Rover con muchas otras personas por una especie de carretera de tierra roja llena de baches.

Durante el trayecto, escuchaba los continuos quejidos de dolor de una señora que iba en la parte de atrás del vehículo. Supe que se llamaba Bernadette, que era de Isiro y que se dirigía al hospital que los combonianos gestionamos en Mungbere para una intervención ginecológica, así que decidí cederle mi puesto junto al conductor, un lugar más cómodo donde se notaban menos los inevitables movimientos del vehículo.

Como yo tenía poco que hacer en Mungbere, solía pasarme por el hospital para charlar con los enfermos, entre los cuales estaba maman Bernadette recuperándose de su intervención. Nos hicimos amigos porque ella no paraba de agradecerme cada vez que me veía mi pequeño gesto solidario de haberle cedido el asiento. Unas semanas después, maman Bernadette recuperó su salud y pudo regresar a Isiro.

A finales de 2006 me destinaron a la parroquia de Sta. Anne, en Isiro, y allí volví a encontrarme con ella. Pude verificar lo que ya había intuido cinco años antes, cuando la conocí en Mungbere: era una mujer de una fe extraordinaria y además, muy activa en la parroquia y en su comunidad eclesial de base.

Fidelidad

Maman Bernadette estaba casada  y solo había tenido un hijo, algo muy raro en Isiro, donde las familias suelen ser numerosas. Me confesó un día que ella hubiera querido tener más hijos, pero su marido la había abandonado para irse con otras mujeres. Sin el apoyo de su esposo, maman Bernadette tenía que ganarse la vida sola y cada día cogía su pequeña azada y caminaba hasta sus campos donde cultivaba mandioca, maíz o cacahuetes. Cuando llegaba el momento de la recolección nunca faltaba en mi despacho un buen puñado de cacahuetes que ella me traía con mucho cariño.

Maman Bernadette trabajando en su campo de cacahuetes

Estando yo todavía en Isiro, el marido de maman Bernadette enfermó gravemente y como se quedó solo y sin dinero, ella lo volvió a acoger en su casa para cuidarlo. Durante las últimas semanas de vida de aquel hombre, maman Bernadette no dejaba ni un día de ir al hospital para acompañarlo y llevarle la comida, y todo lo que necesitaba. Ella decía que era su marido y que su deber era ayudarle en todo lo que pudiera, como una buena esposa. El testimonio de donación de esta mujer fiel y sencilla fue para mí uno de los magníficos regalos que me ha proporcionado la misión.

Dejé Isiro a finales de 2009 y no he vuelto a ver a maman Bernadette, pero mis compañeros me dijeron que su hijo, su único hijo, había fallecido. Cuando me enteré no pude menos que levantar mis ojos al Cielo y preguntarle al Señor, con lágrimas en los ojos, por qué había permitido aquello. Luego bajé la mirada, pedí perdón y en actitud de abandono confiado, oré por maman Bernadette y su hijo.

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