Desde que llegué a España en 2018 nunca he presidido la celebración del sacramento del matrimonio. No trabajo en una parroquia pero tampoco mis amigos y familiares han necesitado un sacerdote para casarse. Me consuelo con los matrimonios que sí celebré en República Democrática de Congo.
Texto: Enrique Bayo
Ilustración: bayomata
Estos últimos años solo me han invitado a matrimonios por lo civil, donde el sacerdote es un invitado más. Tengo una amiga en Calatayud, Carmina, que fue concejala y hace poco me recordaba que había casado «por lo civil» a bastante parejas, desde luego muchas más que yo. Y tiene razón, porque en la España actual son rarísimas las parejas que deciden casarse por la Iglesia. Pensando en ello, mis recuerdos han volado hasta Kinshasa, donde sí tuve la suerte de presidir bastantes celebraciones del sacramento del matrimonio. Tampoco trabajaba allí en una parroquia, pero siendo capellán de los Cenáculos de Oración Misionera (CPM, por sus siglas en francés) de los que os hablé el mes pasado, se me pedía este servicio y yo accedía encantado.
El peso de la dote
A decir verdad, en República Democrática de Congo tampoco son demasiadas las parejas que celebran el sacramento del matrimonio debido a los obstáculos que pone la cultura y a los requisitos exigidos por la Iglesia para poder casarse. Me explico. En Kinshasa, como en otros muchos lugares de África, el matrimonio tiene tres etapas. En primer lugar, el matrimonio tradicional, que comporta el pago de la dote por parte de la familia del novio a la familia de la novia; solo después vienen los matrimonios civil y religioso. En el pasado, la dote era un gesto que simbolizaba la comunión entre las familias pero actualmente, debido a la crisis económica, la dote se ha exagerado muchísimo y en ocasiones la familia del novio no puede reunir todo el dinero y los diversos objetos que se le exigen. En consecuencia, muchas parejas comienzan a convivir y a tener hijos sin haber formalizado el matrimonio tradicional, requisito imprescindible para que la Iglesia permita el matrimonio religioso.
Pastoral matrimonial
Siempre disfruté muchísimo en aquellas eucaristías con tres, cuatro o cinco parejas, más bien mayores, casi siempre por encima de los 60 años, que venían al altar con toda la ilusión del mundo para casarse religiosamente. La iglesia estaba llena de sus hijos, nietos y biznietos que en el momento del enlace matrimonial mostraban toda su alegría y lanzaban gritos de júbilo, como solo en África saben hacer. Otro momento central era la recepción de la comunión. Muchas de estas personas participaban en las eucaristías dominicales sin comulgar y ahora, después de muchos años, se les ofrecía de nuevo esta posibilidad. Yo siempre les daba la comunión bajo las dos especies del pan y del vino. Ver la devoción con que recibían al Señor, me producía escalofríos de alegría. Solo por eso había merecido la pena todo el trabajo llevado a cabo por los misioneros laicos de los CPM.
Algunos de los CPM que yo acompañaba en Kinshasa se percataron de que bastantes parejas estables, con muchos años de convivencia juntos, guardaban su fe cristiana sin estar casados religiosamente y decidieron implicarse en la pastoral matrimonial. Los misioneros de los CPM los visitaban regularmente y poco a poco los iban animando para que se casaran religiosamente. Cuando aceptaban libremente, el primer paso era contactar a las familias de ambos cónyuges para tratar de arreglar simbólicamente el pago de la dote y formalizar el matrimonio tradicional. Solo después, y siempre con el consentimiento de su párroco, los miembros de los CPM les ayudaban con la catequesis para que comprendieran bien la belleza del sacramento del matrimonio. Cuando un grupito de parejas estaba preparado, me llamaban a mí para presidir la celebración.
Tras la eucaristía, como en Kinshasa toda celebración debe estar acompañada de una buena comida y de un poco de cerveza, los miembros de los CPM preparaban de su bolsillo una fiesta para los recién casados y sus familias. Y la fiesta continuaba.